El pozo de los tres diablos

Hace muchos años en una casa llamada ca n’Homs vivía un matrimonio joven con un niño.
Eran tiempos difíciles aquellos: guerras contra los sarracenos, guerras contra los vecinos feudales, pestes, enfermedades y una desesperante falta de mano de obra que producía campos yermos y granjas desiertas.

El pobre payés de ca n’Homs que había sembrado los campos de trigo a finales de otoño estaba muy preocupado: había movido cielo y tierra buscando ayuda entre amigos, vecinos y conocidos para poder conrear la cosecha. Eran finales del mes de junio y los campos estaban llenos de espigas generosas, rebosantes de dorados granos de trigo que esperaban su recolección.

Una de aquellas mañanas aparecieron por el camino de can Canals tres personajes muy curiosos.
–” Buenos días, buen hombre, ¿nos podría dar un poco de agua? Por todos los sitios por donde pasamos el agua es muy salada en este lugar…”
Mientras bebían y abrían sus fiambreras y comían a la sombra alrededor del pozo, la mujer que les observaba, sintió un susto en el corazón y corrió a abrazar a su hijito.
–” Venimos de muy lejos y todavía nos queda mucho camino por hacer. Vamos por las masías ofreciendo nuestros servicios a cambio de lo que nos puedan dar…”
–” Vemos que tiene la cosecha todavía por segar… ¿no necesitaría que le echásemos una mano? ”

¡Palabras mágicas! ¿Qué decían aquellos hombres fuertes, activos y que se ofrecían a cambio de casi nada?
La mujer del payés le dijo: Esposo mío, déjales marchar, tengo un mal presagio… ya haremos nosotros el trabajo, ya haremos lo que podamos…”
La mujer apretaba contra su pecho al pequeño protegiéndole de las miradas de los tres desconocidos.

Estos insistieron:” Hagamos un trato… ya que su esposa mal fía de nosotros, nos encargáis tres trabajos. Si al atardecer no los hemos podido terminar, no nos dé nada y seguiremos nuestro camino. Pero si los terminamos, tiene que dejar que nos llevemos lo que queramos de esta masía”.
El payés pensaba qué trabajos les haría hacer, pero su mujer le pedía que no lo hiciese, mientras los tres forasteros miraban con deleite al bebé.
De repente el payés les ordenó:
–” Tenéis que segar todos los campos, trillar y ventar el grano, recogerlo en el granero, la paja al pajar y con esta cesta de mimbre sacad el agua de este pozo para regar los campos”.
¡Que listo era el payés! ¡Este era el trabajo de diez hombres por lo menos con treinta jornales! ¿Qué se pensaban estos forasteros, que ganarían la apuesta?

–” Bien, este primer trabajo ya lo hemos terminado, vamos a por el segundo”
¡Qué oía! No se lo podía creer… ¡Aquellos forasteros ya habían acabado el trabajo!
El granero estaba lleno a rebosar, los pajares con sus palos altivos y en el pozo ni una gota de agua, ¡lo habían dejado seco!
Un temblor que no podía controlar lo sacudía de arriba a abajo y una especie de mano invisible le oprimía el corazón sin dejarlo respirar.
–” Esto es cosa del diablo – le decía su mujer – ¡Ya te lo decía yo que no hicieses tratos con esta gente! ”
–” Pero si es cosa del diablo, ¿qué tenemos que hacer? He aceptado la apuesta y ya no puedo echarme atrás…”

Entonces la mujer dijo a los tres desconocidos: –” Tomad aquella oveja negra, matadla y lavad su piel allí abajo en el rebalse de la riera hasta que se vuelva blanca, pero id con cuidado, ¡que quede entera! ”
En un santiamén los forasteros desaparecieron con la piel de la oveja torrente abajo camino del rebalse.

–” ¿Qué haremos ahora, esposa mía? ¿Qué querrán de nosotros estos diablos? ” – decía el payés.
–” Nuestro hijo, quieren a nuestro hijo, su pureza e inocencia, es nuestro hijo lo que se quieren llevar de casa” – dijo la mujer.

De repente, una piel de oveja blanca como nunca la habían visto y seis ojos ávidos, inyectados en sangre y unas voces oscuras y siniestras les decían: –” El segundo trabajo ya está hecho. Venga el tercero, ¡que tenemos prisa para cobrarnos la prenda! ”

El pobre payés se desesperó, pero su mujer les soltó: –”Ya os tengo preparado el último trabajo”
–” ¿Veis a este bebé inocente que tengo en mis brazos? Pues si os queréis llevar alguna cosa de esta casa… ¡hacedlo mayor enseguida! ¡Haced que aprenda la verdad de la vida ahora mismo! ¡Haced que se convierta en adulto sin pasar por niño, y haced que sea capaz como su padre sin haber aprendido nada de él! ”

Los tres personajes al escuchar la mujer todavía se volvieron más diabólicos.
–”Esto no lo podemos hacer… ¡Esto no nos es posible hacerlo…! ¡Mujer, nos has vencido!”
Entonces la mujer les dijo: –”Entonces si no sois capaces de hacer lo que la vida tiene que hacer, ¡marchad de nuestra casa, malditos! ”

Y tal como lo dijo lo hicieron: llenos de rencor y furor, gritando blasfemias con el ruido del trueno y la fuerza de la tempestad, los tres diablos se lanzaron de cabeza al pozo de la casa buscando el camino más recto hacia el infierno. Con tanta mala suerte que con los cuernos chocaron con el techo de piedras, se hundieron y les cayó encima tapándoles el camino del inferno y sepultándolos en el fondo del pozo.

Dicen los viejos que conocían la historia del Pozo de los Tres Diablos que algunas noches de verano si alguien se acerca a la boca del pozo y escucha con atención, todavía se oyen ruidos y reniegos como si alguien intentase quitarse un peso de encima…

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